jueves, 6 de noviembre de 2014

El maestro Coll










Coll, la sonrisa clara

Cuando era niño viajaba en viejos vagones de tren hacia Levante en compañía de mis padres, mi hermano y, siempre, un tebeo que me distraía más que el paisaje de marrones quemados que anunciaban el estío en su agobiante apogeo. No es el comienzo de una novela cursi, ni un recuerdo melancólico de un tiempo pasado al estilo proustsiano, es el homenaje a un dibujante que captó mi atención en un viaje allá por el año 1962. En el largo y cansino trayecto, entonces aún funcionaban las máquinas a vapor, me tocó como compañía, además de familiares, y personas de lo más variopinto, un par de ejemplares de TBO, para mí algo nuevo que me apartaba de mis preferidos Capitán Trueno y demás héroes de la historieta española.

Desde el primer momento se produjo el flechazo, firmaba como Coll. En sus viñetas, lo simple y claro atraían a su mundo a un niño curioso que además sonreía cuando el sol apretaba en aquellos cubiles atestados de gentes y algún animal doméstico escondido en cestas de mimbre llamados vagones. Sólo despegaba la vista de los leídos y releídos ejemplares de TBO cuando llegaba
a la estación de una gran ciudad, donde el tren descansaba minutos y más minutos, lo cual quería decir que entonces podía observar con detenimiento todo el mundo que en torno al lugar de parada de los trenes se desarrollaba en paralelo al de una urbe. Todas las edades, niños, adultos, ancianos, hombres, mujeres, monjas con sus vestidos medievales, soldados de anticuados uniformes, policías armados, descuideros, putas cual caretas de carnaval,
carteristas, campesinas con grandes cestas...

Bueno, que de aquel viaje, aunque pesado, saqué bastante partido, pues me afilié para siempre al estilo de Coll, además de hacerme un poco más mayor viendo a la gente y sus movimientos. Ah! cuando llegué al destino, un par de días después de tan prometedor encuentro, unas amistades de mi familia me vieron leer con tanta soltura que horas después me trajeron un montón de ejemplares de TBO que su hijo, ya más interesado en la novia, tenía apilados en el trastero.

Dos años después de la iniciación de aquel niño en TBO, Coll dejaba de publicar en la veterana revista para volver a la construcción como “paleta”, palabra que el mismo definía su profesión para ganarse la vida en tiempos de carencias. Regresó en los ochenta, incluso la nueva revista CAIRO le dio cancha, pero el dibujante decidió quitarse de enmedio para sorpresa de familiares, amigos y admiradores. Uno que no era muy fiel a sus amores, sin embargo, a pesar de buscar lozanía en otros terrenos: Pulgarcito y Tiovivio, siempre regresaba a la experiencia de TBO cuando le apetecía una sonrisa sin más que me facilitaba
mi para siempre. Coll.

Las imágenes de papel recogidas en este post pertenecen al ejemplar número 28 de la revista CAIRO, editada en septiembre de 1984. Procedencia: hemeroteca de Roque Soto.

Bumerang





Bumerang

La editorial Nueva Frontera vuelve a este blog con tres portadas de la revista Bumerang. Las de los números 1, 6 y 7, en las que se recogen obras de veteranos autores que tuvieron una excelente acogida durante la segunda mitad de la década de 1970. Nombres como Víctor de la Fuente, Hugo Pratt y Esteban Maroto constituían ya destacados artistas que daban prestigio a la historieta española y el cómic italiano más internacional.