Un militar con nombre de primate
Los que
leíamos tebeos de hazañas bélicas, -otra vez el título de una colección dio
nombre a un apartado de la historieta- conocíamos la ascendente carrera militar
de Gorila, soldado del ejército de tierra de Estados Unidos, que terminaría de
capitán, no antes de protagonizar cientos de aventuras en diferentes frentes
durante la Segunda Guerra Mundial y luego en Corea.
Creado por el guionista Eugenio Sotillos y
dibujado por Alan Doyer, Gorila se diferenciaba de otros personajes de tebeos
de hazañas bélicas (un recuerdo a la inolvidable revista del mismo nombre, de
la que ya hablaré) porque en sus aventuras tenía protagonismo el humor. De
hecho, la figura de Gorila se aproximaba un tanto a la de Sancho pero con
traje, casco y armamento de la infantería yanqui. El patriotismo era otro de
los fundamentos ideológicos de Gorila, en el que tenían cabida la entrega, la
lealtad y la valentía, esenciales para ganar las guerras, pues este héroe
corpulento al final siempre salía del apuro con los consabidos disparos y
lanzamientos de granadas.
Con semejante currículum no es extraño que Gorila
progresara adecuadamente desde soldado raso a capitán. Vamos, como nuestros
abuelos en la guerra civil, en caso de que estuvieran en el bando vencedor,
aunque del otro también algunos hicieron carrera militar y pasearon sus
estrellas por diferentes ejércitos europeos, siempre que hubiesen sobrevivido.
En fin que ante la falta de una historia objetiva, rigurosa y científica, para
mí en la primera mitad de los sesenta, los malos eran alemanes, japoneses,
rusos, coreanos del Norte y chinos, aunque a veces se cambiaban los papeles, y
los alemanes eran buenos cuando la invasión de la Unión Soviética.
Sin embargo lo que estaban fuera de toda duda en
justicieros eran los estadounidenses. Para una persona muy joven, lo dicho no
estaba por la historia sino por las historietas. Gorila me divertía, hasta que
hace unos días encontré un ejemplar en una caja con otros tebeos de diferentes
estilos y épocas. Su portada hizo el efecto de la magdalena de Marcel Proust,
pero en este caso no fueron sabores sino colores distribuidos en una superficie
de 15x20,5. Mi madre había pagado ocho pesetas de los años sesenta para que me
entretuviera mientras esperaba el turno en la consulta del médico en el
ambulatorio de Pontones, cerca de la Puerta de Toledo de Madrid.
La aventura del gracioso sargento, entonces, se
desarrollaba entre octubre de 1944 y enero de 1945, fechas en las que las
tropas norteamericanas reconquistaban las Islas Filipinas en su sangrienta
ofensiva del Pacífico con el general MacArthur al frente, que aparece retratado
en el cómic con su inconfundible pipa. Ahora el personaje me parece lejano,
aunque me preocupa sí se casó, si está vivo o muerto. Sí falleció por muerte
natural ¿ascendió? Porque recuerdo de la mili que los oficiales siempre estaban
pidiendo para consultar la escalilla, donde podían predecir cuanto tiempo les
esperaba para subir en el escalafón. Al fin y al cabo, en el ejército, no es
todo por la patria.